
Térreo camelar.
Quiso alguna vez ese dios propugnado que andes apacible sobrando ideas y que el mundo se te abra jocoso, estridente en una terrosa cultura pero fresca, hasta que las manos se abrieron como pájaros al vuelo y de pronto, con virtud, entre apeos y preeminente apariencia, alguien, una vez más, golpeó la puerta.
Quise y me figuré tu antepasado físico, tu estado amarillento, casi ojerizo, casi destello. Como en un recreo que entre riña y riña montabas y perecía un olvido nuevo, una montaña a ti acercaba su beneficio. Qué tarde hermosa y esa inteligencia dulce y qué vigor. Desde entonces cedió la impenetrable gratitud que te causó el ensimismamiento de siempre, el que ibas a rehusar día tras día. Te hallabas atiborrado de montículos y pediste auxilio porque era tanta la feliz tregua que el mentor te concedió la cortesía de la hueste. Era la vanagloria de tu clan y la camaradería intimaba.
Quisieron trazar un cruce, una precipitación de meridiano baladí se hizo confundir y emitió un tributo al deshilvanado deseo de oro, que como nunca habría de llevar la incomprensible nota. Reservada, trasladada, que en la piel no exime.
Hoy te fortaleces y sacudes como quien con fineza y esmero profana el legado de los ojos campo. Hoy con la delicadeza de un héroe procuras utilizar vasto infortunio que ayer desalentó a la progenie. ¡Convéncete! No te hace falta titubear a veces porque es suficiente oír como aplomas certero el pie al entrar, al pisar con fuerte estancia.
Por fin sabrás escuchar sobre lo atizado y valiente de tu rasgo, la noble magnitud de tu senil corazón, la feraz intemperie que forma común tu boca, tus manos. Ayer ibas solo a casa y después se propagó en un exordio tu inicio cautivo, muy prístino y moreno. Pendía igual un ornato sobre tu cabeza que de moho en moho distinguía una estirpe sobria pero contenida donde una parábola se rehace en lo sucesivo.
Cómo imaginarse que después de la fe que al adicto impacienta te vería correr en la campaña entre huecos animosos. Cómo si al pender de un ángeluz maloquero, desbocado en risotadas, mantendrías erguida tu postura de remo o de galope. Y con lazo experto, vinculándote de continuo con un barrilete, a fuerza de razonamiento y astucia, y al amparo de una voz que persiste y encariña. Necesitaste jamás, de ahora en más, la muerte aproximada para sentirte mortal. El más mortal y vivo que muy harto de súplicas y signos concibió e hizo póstuma tu inercia. Qué feliz, feliz. Qué antinomia la que cavó para tu cruz. Cuánto hambre y desespero por no extinguirte, por no ver los cuerpos que trajo el río, por no ver los cuerpos que rellenó el guadal, por obsequiar caricias y camelar y cortejar.
La labor conspicua solemne que el tirano índice vertía no fue en menor medida que la figuración de júbilo y de ventura. De dónde si no habrías de presenciar con facultades de gozo la fisonomía del amor. De un amor mamá. Beatífico.
Después se hizo silencio y hubo placer. Se ordenó el espacio atemporal y hubo cara. Se habló y la distracción de la belleza vino a beber un mate mañanero propagación de un tibio descuido. ¡Fausto! Viejo insatisfecho que la música irregular, cuando se abandona a la inspiración del momento, redime. Que un jadeo de un golpe revive. Y alguien vino a decir entonces, sin asombros ni reparos, civilizadamente, con aires razonables y nobles: yo llego. Lo cierto es que la real cercanía de aquella mención juntó a la pampa, melló, abonó e hizo cierto el cielo, azul el mar y amor.
No entontezcan por el éter y compuesta y genial idiosincrasia de los que ahora no callan y pregonan con irrefutable verdad la osadía del afecto. Frenesí. Bajo sin ningún estatuto la extravagancia enajenada desde una ángulo humanoide viene a cobrar las lesiones que vulneraron a las muecas y a los vientres.
¿Creerás que es posible? Un extinto pronunciar desencierra en labios internos la cualidad suave y tierna de comer, choclos y sandías, de recordar barbaridades. De hacer la parada más grande y extensa donde a un general le brilla la recóndita mirada todavía.
Creerás que desde entonces el claror de tu mundo se filtra y enciende entre troncos y paredes la completud. Del alma. Que de tan pequeña quiso moverse y se sintió herida. Ahora, lúcida y sobresaliente anuncia lo étnico de tu figura. Los deseos, aquellos, libertadores. Interpretando ayer toldo de por medio, con agudo brillo y generoso trajinar, su ley.
Se trató tan sólo de creer para ver. De vivir el mundo. De no volver a estar solo porque tierra adentro aún te pertenece.
Chavi Martinez.
23/04/10.
DEMOLEDOR, inmensamente demoledor... pero con una cadencia vertiginosa que no me dió tregua ni respiro.
ResponderEliminarLo disfruté y leí a toda velocidad; ahora quedó el eco, es también inmenso.
Felicitaciones Chavi. Me gustó.
Mau, ciertísimo tu "commento", me llevaba como en un bólido este relato...
ResponderEliminarTe aplaudo, querida Chaveta: tremenda prosa la tuya; hay tanta epifanía y descubrimiento que es fácil olvidarse de uno mismo (el mismo que cree estar leyendo).
ResponderEliminarEl final... contundente, inolvidable.
Abrazo pavos y palos comentadores previos :O)
Querido fratello, su visita siempre es bien recibida...
ResponderEliminarDe acuerdo con vos sobre la Chavi!
Gracias chicos por los comentarios. Un abrazo enorme. Gracias por leerme!!
ResponderEliminarSe hace recíproco el abrazo... Y siempre sos bienvenida a volver a tu casa
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