sábado, marzo 16, 2024

Dos poemas de Leópold Sédar Senghor (Senegal, 1906-Francia, 2001)

 



MUJER NEGRA

 

¡Mujer desnuda, mujer negra,

Vestida del color que es tu vida, de tu forma que es belleza!

Crecí bajo tu sombra; la dulzura de tus manos vendó mis ojos

Y he aquí que en el corazón del verano y del mediodía, te descubro

Tierra prometida, desde lo alto de un cuello calcinado

Y tu belleza me fulmina en pleno corazón, como el alumbramiento de un águila.

Mujer desnuda, mujer oscura

Fruto maduro de carne firme, extasiadas sombras del vino negro, boca que hace lírica mi boca

Sabanas de horizontes puros, sabanas que se estremecen

a las caricias fervientes del viento del Este

Tam-tam esculpido, tam-tam tendido que ruge bajo los dedos del vencedor.

Tu voz grave de contralto es el canto espiritual del Alma.  

Mujer desnuda, mujer oscura

Aceite que ningún soplo perturba, aceite quieto en los flancos del atleta, en los flancos del príncipe de Malí

Gacela unida a las estrellas, las perlas son estrellas sobre la noche de tu piel

Delicias de los ojos del espíritu, los reflejos del oro

encarnado sobre tu piel que reverbera

A la sombra de tu cabellera, se ilumina mi angustia

en los soles próximos de tus ojos.

Mujer desnuda, mujer negra

Yo canto tu belleza que pasa, forma que fijo en la Eternidad,

Antes que el destino celoso te reduzca a cenizas,

para nutrir las raíces de la vida.

 

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NIEVE SOBRE PARÍS

 

Señor, visitaste París el día de tu nacimiento

Porque se había hecho mezquino y malvado

Lo purificaste con el frío incorruptible

De la muerte blanca.

Esta mañana, hasta las chimeneas de las fábricas que cantan al unísono

Enarbolan sábanas blancas

—“¡Paz a los Hombres de buena voluntad!”

Señor, ofreciste la nieve de tu Paz

al mundo divido, a la Europa divida

A la España desgarrada

Y el rebelde judío y católico disparó sus mil cuatro cientos cañones contra las montañas de tu Paz.

Señor, acepté tu albo frío que quema más que la sal.

Heme con el corazón fundido como nieve bajo el sol.

Olvido

Las manos blancas que disparan los fusiles,

que derrumban los imperios

Las manos que flagelaron a los esclavos, que te flagelaron

Las manos blancas empolvadas que te abofetearon,

las manos pintadas y manchadas de pólvora que me han abofeteado

Las manos seguras que me han condenado a la soledad,

al odio

Las manos blancas que derriban el bosque de palmeras que poblaban el África, el centro del África

Erectos y recios, los Saras bellos como los primeros hombres que salieron de tus manos morenas.

Ellas derribaron la selva negra para hacer los durmientes de los ferrocarriles

Ellas derribaron los bosques del África para salvar la civilización porque hacía falta materia prima humana.

Señor, yo no dominaré mi odio, lo sé,

a causa de los diplomáticos que enseñan sus largos caninos

Y que mañana comerciarán con carne negra.

Mi corazón, señor, se funde como la nieve sobre los techos de París

Al sol de tu dulzura.

Que es suave para mis enemigos, y mis hermanos de manos blancas sin nieve

Pues sus manos son de rocío, en la noche, sobre mis mejillas ardientes.

 

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Fuente: LA RAÍZ INVERTIDA

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