
Homenaje a don LOLO
En mi segundo día en Buenos Aires, el sábado 24 de abril de 2010, fallece el maestro Eudoro Silvera. El domingo - amaneciendo - leo la noticia por estos medios cibernéticos.
Pérdida cultural y artística enorme para Panamá. Don LOLO - como todos le conocíamos - fue un maestro de la plástica panameña, además de poseedor de una voz de tenor, cultor y amante de todas las artes, hombre de genio agudo, demostrado en sus caricaturas, y con un calor humano poco superable, quien naciera el 7 de mayo de 1917 en David, Chiriquí.
En el año 2004, a sus 88 años, publica su Opera Prima, Cuentos en Primera Persona Singular (Universidad Tecnológica de Panamá), dejando un legado no sólo en las artes plásticas y en la música, sino además en la literatura.
Artista completo, aquí dejo un humilde homenaje con los siguientes relatos:
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LA CORONACIÓN DEL POETA
Cuando yo era mozalbete de unos doce o trece años siempre andaba metido en el Teatro Nacional a la espera de una colocación como comparsa en alguna obra teatral o en alguna ópera puesta en escena por compañías extranjeras que pasaban por nuestro país. En esos tiempos la gente encontraba esparcimiento en el teatro, la ópera, los conciertos o las variedades. Había trabajo para los que querían ser parte de la comparsa que acompañaba algunas obras de teatro y casi todas las óperas. Cuando había espectáculo espectáculo con talento local también trabajábamos una que otra vez. Voy a narrar lo que vi una noche: algo que nunca he podido olvidar.
En nuestro país había entonces un poeta cuya poesía no ha resistido el paso del tiempo. Sin embargo, fue muy admirado en nuestro mundillo intelectual, y sus poemas aparecían a menudo en los periódicos suscitando muy favorables comentarios. Periodistas sin ninguna cultura lo comparaban con Dante; otros con Quevedo y algunos con el propio Rubén Darío, muerto en 1916. Estoy hablando de finales de la década de los años veinte.
Un buen día nuestro poeta enfermó gravemente, fue internado en un hospital y se decía que su muerte era inminente. En ese sentido fue intervenido quirúrgicamente. lo cual, aparentemente, agravó su crítica condición. Se ofrecieron misas por su salud, y hubo innumerables y nutridas rogativas por su mejoría.
Estando las cosas así se formó un comité de ciudadanos que decidió por unanimidad que se coronara al poeta antes de que abandonara este feo mundo.
Inmediatamente el poeta fue llevado en una ambulancia al Teatro Nacional; se le bajó sentado en una silla de ruedas, el mentón hundido en el pecho y vistiendo un sucio pijama. Del bajo abdomen le salían muchos tubos dejados allí por la reciente operación. Se rodó la silla hasta el centro del proscenio cubierto de flores que nada bueno auguraban. Y mientras el poeta agonizaba, se turnaban, el uno después del otro, individuos vestidos de negro con albos cuellos y puños y leían cosas altisonantes y cursis que habían escrito. Y lo leían gritando pues a nuestro país no habían llegado aún ni los micrófonos ni los amplificadores eléctricos de sonido.
Durante la increíble oratoria el poeta seguía con la cabeza hundida en el pecho y, cuando llegó la hora de la coronación, uno de esos engendros de ser humano se le acercó, le levantó la cabeza con una mano y con la otra logró dejar caer la corona de hojas de laurel de oro sobre la cabeza del moribundo. La corona no resistió la gravedad y cayó, junto con la cabeza del poeta, sobre el hundido pecho del bardo. Varios caballeros del Comité se acercaron, rescataron la corona y se la pusieron de nuevo mientras sus rostros reflejaban gran satisfacción: habían coronado al poeta, después de todo, pero ya él había muerto mucho antes.
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ANARQUISTAS GENUINOS
Los tres hombres están sentados alrededor de una mesa y frente a una botella de vodka doméstica.
El primero dice, indiferente:
- Se abre la sesión.
El segundo levanta la mano para proponer:
- Todo lo que se diga aquí y que constituya una verdad comprobada por la razón y la experiencia no es más que una mentira burguesa. Cada cual tiene derecho a su opinión y se hace su propia ley y actúa por su cuenta y de acuerdo a su conciencia.
El tercero levanta a su vez la mano y declara:
- Quiero dejar constancia de que estoy absolutamente de acuerdo con el camarada X, sin perjuicio de que su aseveración sea cierta o falsa. Como anarquista me remito a mi propio gobierno y no acepto ningún otro.
El primer hombre pega un puñetazo sobre la mesa y resume:
- "Nihil est": ha quedado probado que nada existe ni es, y menos aún la vida.
Extrae una vieja y mohosa pistola del bolsillo y se vuela los sesos.
En alguna parte de este planeta la tumba de Propotkin tiembla, no sé porqué.
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VOCES DE SELVA
La voz misitó en perfecto y nasal inglés norteamericano:
- Hey, Joe, over here.
La otra voz, también muy norteamericana y en tono igualmente bajo, murmuró:
- Where?
- Over here - repitió la voz primera con el mismo acento del principio: un dejo norteamericano típico, inconfundible.
- Yeah, I´m coming - contestó la segunda voz.
Para la primera voz, sin embargo, algo había de raro en ese acento: un dejo extranjero, patente; algo que no era de allí, en ese "Yeah I´m coming": algo, en fin, que para el poseedor de la primera voz no dejaba alternativa alguna. Su adiestrado oído ya había calculado la distancia.
Así, lanzó su granada en dirección a la segunda voz sin pensarlo ni dos veces. "Una granada no se lanza a no ser que uno esté seguro de que va a dar en el blanco": eso le habían enseñado.
El soldado John Smith voló en pedazos que quedaron colgando de las quemadas ramas de unos árboles circundantes y del timón de un helicóptero norteamericano que también pendía de las mismas ramas.
El vietcong que le dió el pasaporte al otro mundo acababa de graduarse en inglés de la selva vietnamita, el cual, como cosa selvática, era un tanto salvaje. Sólo sabía decir "Hey, Joe, over here", pero eso lo decía en inglés norteamericano legítimo, sin traza de acento extranjero alguno.
Y cuando le respondían con algo que no fuese la consigna norvietnamesa para "Hey, Joe, over here", allá va la granada.
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Fotografía (c) ELCHIRICANO.COM
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