martes, junio 22, 2010

Carlos Monsiváis (1938-2010)


Y así somos testigos de la muerte de un día viejo y cuando muere un día nos espera una larga noche. ¿Será que nos espera esa larga noche? Y ante los más optimistas dicha noche extensa seguirá el amanecer de otro día, el nacimiento de un Nuevo Día.

Mucha gente se pregunta, muere Saramago, luego Monsiváis, y seguirán falleciendo esas luminarias de un día de cuyo ocaso damos testimonio ¿o somos el testimonio? Lo quieras o no, morirán George Steiner, Noam Chomsky, y toda la gama alrededor, incluyendo a Punset, Todorov, etc...

Nos queda, como diría mi amigo José Luis Rodríguez Pittí, tomar la posta, en sus palabras esto:

"Lo más importante que deja una generación a las siguientes es la obra literaria, musical, artística, la innovación científica, en general, el pensamiento de esos pocos que en cada época humana ven el mundo con el ojo especial del artista, del innovador. Por eso los escritores no mueren al desaparecer la persona que lleva su nombre. La muerte viene sólo si dejamos de leerlos, de aprender de su genio singular."


Como Homenaje a Monsiváis, a decir del poeta José Emilio Pacheco, "el único escritor que la gente reconocía en la calle", esta entrevista:

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Entrevista con Carlos Monsiváis en el programa Confabulario TV

Esta fue la conversación que sostuvo el ganador del XVI Premio de Literatura Latinoamericana y del caribe Juan Rulfo en la emisión de Protecto 40 de este sábado 16 de septiembre

El Universal

Domingo 17 de septiembre de 2006


—La cultura mexicana no puede entenderse ya sin la obra de Carlos Monsiváis, sus libros Días de guardar, Amor perdido, Escenas de pudor y liviandad, Entrada libre y Los rituales del caos, han interpretado y a su modo reinventado el México del siglo XX.
Colaborador asiduo de periódicos y revistas, Monsiváis ha iluminado el espacio de la vida mexicana durante medio siglo. En la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara el escritor recibirá el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 2006.

Trataremos de arrancarle algunas claves para entender lo que Octavio Paz llamó “ese género literario llamado Carlos Monsiváis”.

—¿Cómo le cayó el Premio Juan Rulfo?
—Si negara que fue sorpresa diría una mentira, si negara que me avergoncé de mí mismo diría otra mentira; entonces el término medio es que me pareció al principio increíble, supuse que era un amigo mío que estaba imitando la voz de Raúl Padilla y entonces le dije inmediatamente: ahora te llamo, me dijo llámame, le hablé a mi amigo y le dije no me hagas esas bromas que estoy viendo una película, no... Es que preguntar cómo le cae a uno un premio es convocar al mismo tiempo la autocrítica y la vanidad, entonces se atropellan para ver quién entra, yo creo que esta vez entró la vanidad.

—¿Le sucedió lo mismo el año pasado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes?
—Sí, pero ahí estaba paliada la sensación de vanidad o autocrítica porque por fin iba a escuchar mi voz el presidente de la República, entonces eso me tenía más animado.

—¿Más animado o con más temor al ridículo porque es algo que siempre lo ha animado y supongo que tuvo sus dudas?
—El temor al ridículo también estaba tan competido que ahí me sentí derrotado de antemano.

—Ha sido un tema constante en su obra, es un observador del ridículo en la vida mexicana, ¿cómo se interesó por este asunto?
—Creo que el humor involuntario o el ridículo o la pretensión fallida es un desquite del lector, del ciudadano, un instrumento de la revancha cotidiana, si yo no me río de lo que están diciendo desde las alturas del poder acabo creyendo que son efectivamente las alturas del poder, entonces me fui interesando cuando fui leyendo declaraciones maravillosas y entonces las citaba o las reconstruía y en 1968, en medio del Movimiento Estudiantil, una serie de afirmaciones patrióticas me llamaron tanto la atención que inicié una sección que ha perseverado con saltos: “Por mi madre, bohemios”. Cuando un diputado del PRI dice, hablando de la crítica que podía hacerse a la intervención en Tlatelolco: “es preferible morir aplastados por tanques mexicanos que por tanques soviéticos”, entonces ya te llama la atención, o cuando una agrupación que está en defensa de las instituciones de gobierno se llama a sí misma Asociación de Exalumnos de todas las instituciones educativas, es tan maravilloso que tengo que darle...

—Esa recolección de insensateces ahora es natural, pero en 1968 no era fácil expresarlas en un medio de comunicación, ¿tuvo alguna respuesta, alguna reacción?
—No, porque la idea de que se les pudiera satirizar o que sus declaraciones causaran hilaridades parecía tan extraña que ni siquiera la tomaban en cuenta. Cuando el general Hernández Toledo en Tlatelolco, un francotirador que luego resultó ser de las Fuerzas de Seguridad, está en el hospital y dice: “si querían sangre, con la que yo he derramado es bastante”, me parecía inconcebible no llevar eso a una foto con un comentario.

—¿Nunca se tuvo que presentar a escribir amparado, como Palillo?
—No, pero el caso de Palillo era distinto porque él habla contra los inverecundos, entonces llegaba un inspector y lo detenía. Palillo tenía que andar con el amparo en la bolsa, yo me amparaba con el hecho de que estaba escrito y lo escrito cuesta más dificultades que el oído.

—¿No cuesta ser sarcástico en un país tan barroco?
—No, la verdad es que la idea de la ironía o el sarcasmo, o la sátira en el nivel que se logre les resulta todavía absolutamente extraña. Cuando el secretario general de la Juventud de la CTM quedó en su puesto 30 años, me parece maravilloso, dice: “en la CTM somos más marxistas que el Papa”, te convoca ya inmediatamente a un estado de beneplácito, a un estado de bienestar, y lo que pasaba entonces es que ellos lían la frase y decían: bueno si lo dije, sí, qué bien que la reproduzcan, yo me encontré a varios que me agradecían que los hubiera citado.

—Ha escrito de María Félix, de Celia Montalban, de Salvador Novo, ha revisado de algún modo los mitos de la vida mexicana del siglo XX, ¿por qué el interés de que una vertiente de su obra se mueva en el estrato mítico?
—Porque concentrarme en la política es concentrarme en la posibilidad que las leyendas instantáneas se te derrumbasen al día siguiente y porque me parece que efectivamente el cine nacional cubre toda una transformación de la vida mexicana, y que el país que conocemos se debe en gran medida al cine nacional y al cine norteamericano, es una conjunción, pero cómo sabemos el habla del mexicano antes del cine nacional, cómo sabemos cuál era la imagen de la picaresca antes de Cantinflas, cómo sabemos hasta qué punto la manera de hablar de Arturo de Córdoba influyó en todos los magistrados, abogados, médicos, es realmente el gran tamiz, la gran escuela.


—¿Y la televisión?
—La televisión me interesa bastante menos, sólo recientemente, cuando llega el DVD y tienes la posibilidad de la obra completa de Los Polivoces o de Chespirito y de los juegos de futbol, desde luego. Te acercas a lo que es ese archivo mental y visual, antes no era posible. Antes salían de la televisión y no había quién los recordara, me dicen que hubo unas muy famosas que salían y te decían: “reconózcame, yo fui famosa, usted me pidió un autógrafo”.

—Pero de ahí se salta a uno de sus grandes intereses, paradigmáticos, que es el interés por la cultura popular, es decir, pasa del cine a la lucha libre, a ir de compras al mercado de la Lagunilla, o sea tiene una verdadera pasión por la cultura popular.
—México es un país popular, no es un país de clase alta, una cosa es que el usufructo lo tenga la clase alta y que licuen el trabajo, pero hablar de lo popular es hablar de toda la historia de México, desde la gran figura, no la llamo mito porque al respecto hay otras consideraciones religiosas que no comparto pero que respeto, de la Virgen de Guadalupe en adelante todo es popular, hasta que llega un momento en que se transforma en cultura de masas que a mi francamente me interesa mucho menos, pero tu no te explicas lo que pasa en los siglos XVII y XVIII, en la asimilación de una religión y de las posibilidades de la fe sin la Virgen de Guadalupe, como no te explicas el siglo XIX sin la feroz batalla entre liberales y conservadores y sin los significados de la vida laica, como no te explicas el siglo XX sin el cine y, en menor medida, sin la canción, el teatro. Lo popular forma no sólo el sedimento, el espectáculo cotidiano en que estamos sumergidos, ahora mismo estamos viviendo una de las etapas más sorprendentes para mi gusto del registro del habla, que son las filtraciones, las revelaciones. Un diputado dice, para explicar su forma abrupta, es que me guié por mi afición a lo popular, para justificar la pobreza de vocabulario, por fortuna la televisión todavía tiene reglas que honran el idioma.

—La defensa constante de las grandes causas sociales, una mezcla entre empeños literarios y causas sociales, ¿cómo se acercó a eso, cómo volvió su trabajo literario una manera de defender esto?
—No, mi trabajo literario no, periodístico, ahí sí hago el distingo. A los 15 años tuve una suerte de Camino a Damasco, pero digamos laico, cuando empecé a leer sobre la Guerra Civil Española me produjo una emoción y conmoción enormes, entonces estaba tan distante el fenómeno y leyendo sobre lo que fue la Brigada Internacional, de pronto pensé que la izquierda tenía sentido y había participado en algo que ahora se oye como la Edad Media y en cierto modo era la Edad Media, que era la Juventud Comunista, entonces todo eso me llevó a pensar que valía la pena defender causas, estuve en la vigilia el día que electrocutaron a los Rosenberg, fue una vigilia de unas 300 o 400 personas frente a Relaciones Exteriores, que entonces estaba en Avenida Juárez.

Cuando llegó la caravana de Nueva Rosita que eran mineros que estaban luchando por sus derechos sindicales, llegaron después de una caminata feroz, fui a recibirlos al Zócalo y todo eso me iba llevando a creer que valía la pena defender esas causas aunque, sin esas palabras, pero con ese sentido, yo sabía que eran causas perdidas, entonces cuando de alguna manera te enamoras tanto de las causas perdidas necesitas ya un mapa para volver a casa y no sucedió así, espero que no haya sucedido así, pero encuentro que eso tiene mucho sentido, que la emoción política que se deposita en las causas sociales, en la defensa de los derechos humanos, es una de las grandes emociones que uno puede sentir, eso no habla del desastre que de pronto puede tener una izquierda que se pronuncia por dictadores o que no habla del desgaste de la condición humana que todo lo toca, pero hay algo de nobleza, de intensidad, de fuerza moral en la lucha contra la injusticia, contra la desigualdad, que siempre me ha apasionado.

—Eso también se refleja en el género que ha atado la mayoría de su trabajo, que es la crónica, ¿cómo llegó a la crónica?
—Por dos autores, básicamente, uno que empecé a leer desde la secundaria, que me fascinaba, Upton Sinclair, un autor que ya no se lee, fuera de una novela, La Jungla, que sigue siendo un clásico sobre los mataderos de Chicago y que acaba de celebrar su centenario. Y de pronto estaba en el comité de defensa de Guatemala, cuando el golpe de Castillo Armas de 1954, comité preparatoriano y yo era el representante, además el único miembro, lo que me permitía tener una variedad de puestos, porque la preparatoria era muy de derecha, la universidad en general, conservadora.

—¿Volanteaba?
—Volantear es siempre una carrera a la que llegas ya maduro, entregar volantes es una obra de excelsitud profesional, pero me toca participar en una manifestación y cuando llega Diego Rivera y baja la silla y está ahí Frida Kahlo, tuve una revelación, no diré que mística pero tampoco tan alejada del término, y en 54 oyes tu decir que no existía el mito de Frida Kahlo, pero ya existía esa presencia que te obligaba a una actitud reverencial, llegue a mi casa a escribir una crónica apasionada del hecho, por fortuna fue en una revista que se llamaba azarosa y genialmente El Pumita que desapareció para siempre.

—¿Estaba en la prepa?
—Tenía 16, entonces yo comparaba a Frida Kahlo seguramente con la estrella del Oriente, ve tu a saber, el género me gustó mucho y seguí haciendo crónicas, me tocó hacer crónica para un periódico que por fortuna nadie sabe de sus existencia, pero que se llamaba azarosamente Pueblo Levántate, e hice la crónica del Movimiento Estudiantil del 58 en contra del alza de los camiones, en fin, hay un instante, casi una rapsodia, los dirigentes del movimiento, casi todos de la Facultad de Leyes, piden entrevistarse con el presidente Ruiz Cortines, los recibe, los regaña y les dice que a su edad deberían dedicarse a construir su futuro, que cada día es un ladrillo para el edificio que es su porvenir, y entonces los estudiantes que lo habían enfrentado, que habían resistido el cerco del ejército en Ciudad Universitaria, terminan con una porra a don Adolfo.

—Pasó también, casi místicamente, por el Partido Comunista, ¿fue en esos años?
—Salgo del Partido Comunista, expulsado, en 1960, porque Pepe Revueltas, que era el alma de nuestro pequeño movimiento, éramos 20, decide que el Partido Comunista no tiene existencia histórica, entonces me toca la sesión en la cual se discute la inexistencia del Partido, y era formidable porque el representante de las instituciones de la líneas soviéticomexicana le dice: “y cómo si no existe el partido están ustedes aquí”, ya era llevar las cosas a una filosofía, a un grado de acabar en cualquier solicismo y Pepe Revueltas les dijo: “y ustedes cómo saben que están aquí históricamente”.

SUS AMIGOS LE PREGUNTAN

—Elena Poniatowska: ¿Cómo te enseñó a leer tu mamá, qué libros te hizo hojear primero o jugar con ellos, y me gustaría que me volvieras a contar cómo tu tía trabajaba con Artemio de Valle Arizpe y te llevó alguna vez y viste los muros cubiertos de libros y eso te impresionó muchísimo y quizá en ese momento decidiste hacerte escritor...
—En ese momento decidí ser lector, a los 6 años es lo único que puedo hacer y entender digamos que forma parte de las limitaciones del universo, pero lo primero que leí, sabiendo que estaba leyéndolo, fue La Ilíada y me deslumbró, también lo primero que leí fue La Biblia, por la cuestión religiosa, y lo primero que memoricé fue: “en el principio era el verbo y el verbo era Dios..”, y creo que mi interés como lector viene de la Biblia. Ahora, don Artemio de Valle Arizpe era una figura excéntrica, hoy casi desconocida, que vivía resucitando vocablos del virreinato, que vivía en una casa llena de antigüedades, mandaba a encuadernar sus libros a Holanda, yo iba a ver a mi tía, que era su ama de llaves, los domingos, y don Artemio, que me dirigió la mirada una sola vez y no de una manera consistente, don Artemio me decía que tomara libros de cajas que tenía y entonces eso me permitió leer, con escaso provecho debo reconocer, a Emilia Pardo Bazán, a Pío Baroja, ya estaba en secundaria, para mi eso fue una experiencia, frecuentaba mucho las librerías de viejo, la pasión de mi vida, y entonces ver cómo un señor mandaba a encuadernar sus libros a Holanda me parecía notable.

—Alguna vez contó que el éxodo que tuvo de La Merced a la colonia Portales fue en cierto sentido muy fuerte, ¿cómo fue esa infancia?
— Muy exótica porque en el sexto de primaria se me ocurrió decirle a los compañero que por qué no formábamos la Biblioteca de la Escuela y tuve la primera noción de lo que era la carcajada a mi costa, lo que me gustaba mucho era la experiencia de la convivencia religiosa, no me invitaban con frecuencia a las casas de mis amigos porque había esa diferencia de semántica de Dios, pero me acuerdo que una vez una señora me preguntó, me invitó a su casa un compañero, y me dijo: “bueno y ¿ustedes, los protestantes, no tienen envidia de nosotros los católicos que celebramos la Navidad?, esa pregunta me gustó porque si algo hacen los protestantes es celebrar la Navidad todo el tiempo, le dije: no señora, lo que pasa es que como los católicos tienen el monopolio de la celebración de la Navidad en diciembre, nosotros la celebramos en marzo o en abril, entonces también cambiamos de rituales, a veces llega el niño al pesebre, a veces no llega, entonces la señora estaba fascinada oyendo lo que eran las costumbres exóticas de otra religión. Una vez mis compañeros de tercero de secundaria me preguntaron: ¿y tu no te sientes mal de saber que no serás nada en la vida porque eres protestante?, eso sí me dolió, porque nunca había pensado en ser algo en la vida y la idea que tuviera que hacer algo en la vida me...

—¿La lectura de la Biblia lo torturó?
—Para mí sí fue una de las cosas aterradoras porque entonces yo me detenía en el versículo 4 mil y decía, ni uno más, puedo perder la razón.

—Otro de sus amigos, Gerardo Estrada, le pregunta: ¿qué se siente llegar a la edad de los homenajes, habías esperado por ellos o no?
—El premio casi necesariamente es una suerte de homenaje... Si la pregunta de Gerardo es qué se siente contemplar Gayosso de una manera más entrañable o qué se siente estar cerca de las funerarias ya sin distancia anímica, es difícil contestar y aceptar que así es, espero que sea un pacto con cualquiera de las potencias celestiales o demoniacas que me permita perseverar un poco leyendo periódicos o viendo DVD’s antes que lo contenido en el término premio se ajuste a las dimensiones de un féretro y después de una incineración.

—Sé que no cree en los ciclos, pero ¿cuál sería el momento inaugural de Carlos Monsiváis en la Cultura?
—No es posible decirlo porque cuando estás tan inmerso en la lectura, en la pasión por el cine, en la pasión por cómo seguir a una sociedad por sí misma, no te puedes marcar fechas porque es como una determinación antiperiodística.

Creo que la visita a Alfonso Reyes, a la Capilla Alfonsina. Me consiguió una entrevista Sergio Pitol, y Luis Prieto, que lo veían con cierta frecuencia, y en una ocasión Cuauhtémoc Cárdenas, que conocía muy bien a don Alfonso por la relación de don Alfonso con el general Cárdenas, nos invitó a ir a tomar un café, entonces Reyes, que evidentemente no estaba tan complacido de perder su tiempo, empezó a hablar de la cultura griega y Sergio intervino con una serie de preguntas bastante atinadas y don Alfonso se animo y yo no salía del pasmo, nos regaló un libro, llegué a mi casa, traté de escribir lo que había oído, no puede escribir nada porque el pasmo había sido devastador, pero supe que en ese momento, que esa idea de la cultura, esa pasión por libros, esa fijación en el detalle, ese divagar a propósito de Troya...

—Otra pregunta de uno de sus amigos. Rafael Barajas: ¿Qué se siente ser un humorista en un país de cínicos?
—Rafael Barajas es un dibujante excepcional y creo que a él yo lo podría calificar por su trabajo como un cínico en un país de seres veraces. La idea de humorista no me gusta tanto porque implica la idea de hacer reír y no tengo el deseo de hacer reír con mi trabajo. Lo que me gusta es reírme, si alguien más comparte esa situación me parece muy bien, pero tiene uno que tener ese asomo a la revancha. Cada vez que leo una declaración de algún ser muy importante, que de pronto dice un dislate colosal me acuerdo de la frase mágica de Miguel Inclán en Los Olvidados: “ya cayó otro, así irán cayendo todos....”.

—¿Pero el humor es un arma muy poderosa en su obra?
—En todo caso me gustaría que fuera la ironía, el humor es muy difícil, tu no puedes garantizar la eficacia de un escrito y tasarla en carcajadas, lo que puedes hacer es ver una situación grotesca desde una perspectiva que a ti te divierta y que presuntamente alguien más pueda compartir esa diversión, pero hacer reír es una tarea...

—¿Pero ha hecho muchísimo por quitarle solemnidad a la literatura mexicana?
—Había también cosas que no se valoraban justamente, Renato Leduc cuando escribe: “cuando seamos clásicos y la gloriosa juventud nuestros nombres vitupere, si algunas al pronunciarlos osa”, o las maravillas que escribía Novo o los momentos de humor de Pellicer, cuando escribe: “hay azules que se caen de morados...” lo que pasa es que la tónica la daba la Academia de la Lengua, la idea de que para salvar al país de la barbarie la civilización debía nacer muerta, era muy difícil. Ibargüengoitia es genial, Los relámpagos de agosto es uno de esos libros que debía ser libro de texto porque no hay mejor entrada a la Revolución Mexicana, desde la dedicatoria cuando le dice a su esposa que lamenta la tragedia de haber sido la esposa de un hombre íntegro, es la parodia de La sombra del caudillo.

—Nuestra identidad es el registro de nuestras admiraciones, en ese sentido, ¿cuáles son las admiraciones que han hecho posible a Carlos Monsiváis?
—Son escritores la mayor parte, películas, actores, desde luego Sergio Pitol, mi admiración mayor porque es a la gente a la que le debo el contacto con autores que en ese momento ni siquiera sospechaba: Borges, la frecuentación de Reyes, le debo haber leído a una serie de autores italianos, franceses, una admiración que permanece es Novo, que en un momento dado abandona su papel de rebelde y se vuelve institución, pero que mantiene un culto por el lenguaje que es admirable, Oscar Wilde, Dickens, un mundo al que entré y del que no podré salir nunca, Voltaire, con quienes descubrí que existía el sentido del humor.

—¿Y la lucha libre?
—Ya la lucha libre hay que verla como lo que pasa en las arenas y lo que pasa en las fotos, las máscaras de los luchadores se han integrado al imaginario colectivo como no se había visto nunca, el Santo fue el precursor, pero estamos hablando de un fenómeno visual, no de un fenómeno del espectáculo deportivo, lo que me está sucediendo es que me parece cada vez más apasionante la lucha libre como sucesión de fotos, aunque las relaciones de inmediato con la belleza, la diversión y las probables torpezas del espectáculo, lo que es notable es lo que se está logrando con una suerte de impulso de las imágenes que por sí solas cuentan los vínculos de las máscaras y una colectividad ansiosa de diversión y de símbolos que no significan nada, que no remiten a nada que no sea la propia fuerza de la imagen.

—Es un coleccionista.
—Era un bibliófilo que no tenía posibilidades adquisitivas, y un bibliómano que sí tenía a mi alcance las librerías de viejo y eso te llevaba a la Lagunilla, a ver cosas que no podías comprar, un amigo español me ofreció un lote de caricaturas y dibujos de Miguel Covarrubias, lo fui pagando a plazos, te estoy hablando de hace 35 años, me emocioné con la idea de tener una colección. De pronto me apasionó la idea de coleccionar o de tener las cosas que nadie más compraba.

—¿Cómo nutre ese coleccionismo, saliendo a comprar a los tianguis?
— Un coleccionista se vuelve una referencia de candor o de capacidad adquisitiva, en total este museo del Estanquillo, que recoge esa tradición popular, era formidable la idea del estanquillo y me empecé a emocionar con la idea de un museo y dos personas, López Obrador y Carlos Slim, me dijeron que me ayudarían, el segundo con la fundación... no es donación, es comodato, van a ser más de 10 mil piezas, la curaduría será de Rafael Barajas, exposiciones itinerantes, la colección de fotos de escritores ya es muy grande.

—¿Cuál es la colección más grande?
—De fotos son cerca de 6 mil, de caricatura hay mucho, de caricaturas del porfiriato tengo unas 15

—Dentro de poco nadie sabrá ya qué es México, ¿cuál es su relación con la ciudad?
—La ciudad siempre me fascinó, entre por dos vías: los libros de viejo y el cine, las programaciones dobles o triples, una tercera vía fue el Centro Histórico, siempre me ha fascinado, creo que es el mayor archivo de locuras, de capacidades creativas, de degradaciones, ilusiones, exaltaciones, lo que sea. Cuando estaba en CU un lugar que se llamaba Cero en Conducta me parecía fascinante porque era un cabaret de mala muerte, entrabas y tenías que remangarte los pantalones para dar la idea de que estabas en una escuelita, había un pizarrón y una señora cómica, madura, retaba a los parroquianos a jugar albures en el pizarrón. De eso había mucho, Las Adelas, otro tugurio, cuando salías a las 6 de las mañana ya estaban las señoras formándose con sus botes de leche. Había una magia que se conserva de un modo aplastante y masivo, pero ya absolutamente distinto, y si tu no te rendías a eso, a la idea de que ahí era imposible el orden, no entendías nada, era ciudad de marchas pero también de ir a ver a Pérez Prado, ahí nació una necesidad de descubrir la locura sistemática, positivamente hablando. La música era una pasión de oyente, no de un conocedor.

—Hablando de las ilusiones...
—La primera no estar en un presídium, ahora más bien quisiera estar en una película sobre el momento en que se inicia el 10 de mayo en México en el distante 1922 y la mujer de Álvaro Obregón sienta a la madre más prolífica, 30 hijos. En realidad las ilusiones que me quedan son pocas y todas tiene que ver con el tiempo disponible para leer y ver películas, lo que es muy egoísta, lo que hace que me olvide de mis responsabilidades cívicas y lo que hace que termine este programa muy avergonzado de mí mismo.

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