lunes, septiembre 23, 2024

Tres textos de la "Antología esencial" de Roberto Pérez-Franco (La Villa de Los Santos, Panamá, 1976)

 


Res una sumus
( ensayo ficticio breve )

«la vida es una especie de ajedrez»
Benjamín Franklin

Que resultó tras siglos de un juego de ejércitos opuestos, perfeccionado por hombres de diversos pueblos y tiempos. Que el sabio Sisa lo creó para demostrar a un rey persa su dependencia en los súbditos. Que Hermes lo concibió —obra cumbre del hombre cumbre— como regalo a sus descendientes. Que Adán lo ideó durante su ocio en el paraíso. Son teorías falsas.

La humanidad ha conocido el ajedrez por dieciséis siglos, cinco en su forma actual. Pero no es su hechura: el ajedrez fue descubierto, no creado. Estaba ahí desde el primer instante en que algo existe. Dos dimensiones bastan: sobre el plano segmentado, ausencia y presencia de luz, se baten los bandos. Sus movimientos se derivan de teoremas básicos, euclidianos en su simplicidad: el rey, razón de ser, mueve un espacio en cada eje o en ambos. La reina prolonga al límite el movimiento de aquel. La torre es negación de los movimientos oblicuos de esta. El alfil, lo inverso. El caballo hibrida a ambos, limitado. El peón emula solo a uno, minimizado, hacia el contrario.

Fuera del tiempo y el espacio, imaginando el universo antes de crearlo, Dios verificó que en la contemplación de un mundo bidimensional ya está implícito el ajedrez, inevitable consecuencia del plano y la polaridad. Dicen los citros que Alá creó a Satán para tener a quién vencer en el tablero. No podía derrotarse a sí mismo jugando perfectamente un juego perfecto: Dios contra Dios es siempre tablas.

Enuncian que existen infinitas variaciones del ajedrez, y que la conocida por el hombre es solo la más simple, la única que nos resulta comprensible. Aseveran que nuestro universo, el cual excede nuestro entendimiento, es la variante más compleja del ajedrez aún asequible a la percepción humana. También en esta el Diablo es el único oponente capaz de aliviar a Dios la carga de la soledad. Las leyes inmutables de la física, que apenas comienza a descubrir nuestra ciencia, son las reglas básicas en esta versión del juego. En ellas están predeterminados el hombre y las estrellas, como el gambito de dama lo está en la vertiente que practicamos. Insisten los citros del Sahara en que hay especies del ajedrez aún más complejas que el universo visible, y que Dios sigue encontrándolas y agotándolas sin fin.

2006

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Perdido
( microcuento )

a Andrea Louise Thomas

El soldado se despertó en una choza, adolorido pero descansado, sobre un montón de paja cubierta con los pedazos de su paracaídas. La vieja que le había dado comida y había vendado sus heridas, estaba sentada en el piso de tierra, ofreciéndole agua. Mientras él dormía, al parecer, ella le quitó el lodo y le cambió el uniforme por ropa limpia, probablemente dejada por alguno de los hombres que lo sacaron anoche del fango. Si no hubieran llegado a él antes que la marea, se habría ahogado en la oscuridad, entre los manglares. Así que, tras horas de silencio, se atrevió por fin a hablar.

—Lamento haber matado a su hijo —dijo.

No entendieron sus palabras. Pero no hacía falta: entenderían perfectamente, esa noche, el exquisito lenguaje de sus gritos.

2024

(Traducido del original en inglés por el autor)

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Vestigio
( poema )

«como los ostiones, me siento
siempre ligeramente inmortal»
Richard Howard

En la espléndida roca, donde olas
desparraman el blanco de su espuma,
con cutarra tenaz y firme coa,
abundancia de ostiones que maduran
campesinos cosechan. Cuando brota
de su cofre de nácar, con ternura,
el molusco, la mano va y lo arroja,
vulnerable y desnudo, en la totuma.

Pues se siente mortal y deprimido,
un ostión su destino vaticina:
en cebiche vulgar, o tal vez frito
en ardiente sartén, hasta la tripa
ir mascado a parar, ser digerido,
y después, de clavado en la letrina.
«¡Ay, qué efímero soy!», se dice el bicho,
macerado en el mar de su desdicha.

Otro ostión a su lado, que le entiende,
piensa muy diferente. También sufre,
pero el mismo dolor que su alma siente
va envolviéndolo en nácar, y lo pule
hasta que —miniatura— al mundo encierre
en esférica perla, porque intuye
que es eterna la lágrima que vierte,
un legado que el tiempo no destruye.

De la coa implacable bajo el filo,
los moluscos son presa. Juntos viajan
de la humilde totuma, hasta un fino
restaurante: sus carnes pronto apanan.
De esos dos, solo de uno el fiel vestigio
de su breve existencia aún nos habla:
esa perla que ahora es dije rico
del collar que polleras engalana.

2024


Textos publicados bajo la autorización del autor y contenidos en su Antología Esencial 1992 — 2024, Roberto Pérez-Franco, disponible en este enlace: https://roberto.au/esencial 

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