Este edificio tiene
los ladrillos huecos,
se llega a saber todo
de los otros,
se aprende a distinguir
las voces y los coitos.
Unos aprenden a fingir
que son felices,
otros que son profundos.
A veces algún beso
de los pisos altos
Se pierde en los departamentos
inferiores,
hay que bajar a recogerlo:
"Mi beso, por favor,
si es tan amable".
"Se lo guardé en papel periódico".
Un edificio tiene
su época de oro,
los años y el desgaste
lo adelgazan,
le dan un parecido
con la vida que transcurre.
La arquitectura pierde peso
y gana la costumbre,
gana el decoro.
La jerarquía de las paredes,
se disuelve,
el techo, el piso, todo.
Se hace cóncavo
es cuando huyen los jóvenes,
le dan la vuelta al mundo.
Quieren vivir en edificios
vírgenes,
quieren por techo el techo
y por paredes las paredes,
no quieren otra índole
de espacio.
Este edificio no contenta
a nadie,
está en su época de crisis,
de derrumbarlo habría
que derrumbarlo ahora,
después va a ser difícil.
De lunes, todo el año
::::::::::::
In Limine
Por el perdón del mar
nacen todas las playas
sin razón y sin orden,
una cada cien mares.
Yo nací en una playa
de África, mis padres
me llevaron al norte,
a una ciudad febril,
hoy vivo en las montañas,
me acostumbré a la altura
y no escribo en mi lengua,
en ciertos días del año
me dan vértigos y mareos,
me vuelve la llanura,
parto hacia el mar que puedo,
llevo libros que no
leo, que nunca abrí,
los pájaros escriben
historias más sutiles.
Mi mar es este mar,
inerme, muy temprano,
cede a la tierra armas,
juguetes, sus manojos
de algas, sus veleidades,
emigra como un circo,
deja todo en barbecho:
la basura marina
que las mujeres aman
como una antigua hermana.
Por él que da la espalda
a todo, estoy de frente
a todo con mis ojos,
por él que pierde filo,
gano origen, terreno,
jadeo mi abecedario
variado y solitario
y encuentro al fin mi lengua
desértica de nómada,
mi suelo verdadero.
:::::::::::::::::
Oigo los coches
En la mañana oigo los coches
que no pueden
arrancar.
A lo mejor, entre los árboles,
hay pájaros así,
que tardan en lanzarse
al diario vuelo,
y algunos nunca lo consiguen.
Me alegro cuando un auto,
enfriado por la noche,
recuerda al fin la combustión
y prende sus circuitos.
Qué hermoso es el ruido
del motor,
la realidad vuelta a su cauce.
¿Cómo le harán los pájaros
para saber en qué momento,
si se echan a volar,
no corren ya peligro?
¿Qué nervio de su vuelo
les avisa
que son de nuevo libres
entre las frondas de los árboles?
:::::::::::::::
Fabio Morábito

Nací en la ciudad de Alejandría, que se encuentra en Egipto, el país de los faraones y las pirámides. Estuve en Egipto sólo tres años, después mis padres, que eran italianos, volvieron a Italia, y viví en Italia hasta que cumplí catorce años. Entonces mis padres, que por lo visto no se hallaban en ningún lugar, decidieron venir a México a vivir. Aquí me casé con una mujer brasileña.
Yo siempre supe que quería ser escritor. Pero cuando era niño y vivía en Italia, nunca me imaginé que sería un escritor mexicano. Tampoco me imaginé que me casaría con una mujer brasileña. La vida da muchas vueltas y uno nunca sabe qué otras vueltas lo esperan.
Sin embargo, entre tantos cambios, ciertas cosas permanecen, por ejemplo las pirámides. Hay pirámides en Egipto, donde nací, y hay también pirámides en México, donde probablemente me quedaré a vivir hasta que me muera. Sin embargo, a mí las pirámides no me gustan, ni las de Egipto ni las de México. Prefiero los balcones. La gente no se siente feliz con las pirámides, en cambio a todos nos gusta asomarnos a los balcones. Una casa sin balcón no es una casa completa. Con todas las piedras de todas las pirámides que existen se podrían construir millones de balcones para todas las casas que carecen de ellos, y la gente estaría más contenta. Si yo fuera presidente... pero no lo soy, ni me gustaría serlo. Dicen que los presidentes nunca tienen tiempo para nada, ni siquiera para asomarse a un balcón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario